Me siento en la vereda, quizás hoy llegue el otoño.
Allá, acá, adelante, atrás; que todos los lugares sean uno y ninguno:
la maldad del tiempo.
Tengo muchos lugares pero en ninguno estoy ahora,
estoy sentada esperando por el otoño, quizás venga hoy.
El reloj es un trastornado, un loco, quién no diría un vagabundo.
Mi calendario ha perdido casi todos sus números y yo voy como mendigando horas por entre los días pasantes.
Mi mente es mi trama de tiempos, y en uno de ellos juro que soy tu enemiga.
Sara, la otra, no ha dejado de recordar aún. Le he dicho que la está matando.
Pero quizás yo también lo esté haciendo, despacito y sin prisa.
El otoño no llega, no viene.
Quizás debería entrar, matar el tiempo y simplemente no enterarme si llega o no llega.
Quizás me sería más fácil salvarme, ahora.
Ahora que no será para siempre, que ellos aún me guardan un poquito de amor, que tengo el corazón recién puesto, ahora que soy joven, que puedo rezar y pecar con la misma intensidad,
ahora que la memoria no me mata aún, ahora que el otoño no ha llegado.
Sí.
Pero si me salvo, si logro ver el otoño y sin embargo, no esperar más,
si llego después de él, si logro evadir el tiempo pero tocar el espacio,
si la otra Sara no vuelve, si yo me transformo en su enemiga,
si finalmente le gano a todos ellos ¿qué será de mí?
Me siento en la vereda a esperar el otoño, el próximo.
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