noviembre 23, 2011




En un pensamiento oscuro, negro y divertido, he pensando en ti.

Te había buscado con la mente cada tarde mientras le enseñaba a Ariana las propiedades matemáticas. Me resultaba retorcido la atracción que sentía hacia ti sabiendo aún que eras el tío mayor de mi alumna. Me parecía patético ser la jovencita que babea por el tío con estilo hippie.
Tu cigarrillo
tu parada despreocupada 
tu barba ni tan larga, ni tan corta. 
Perfecta.  
Miseria y borracha lucidez. 


Nunca supe por qué fumabas. Supongo que ya nunca lo sabré.
Cada vez que llegaba al edificio, me abrías sin preguntar ni mirar. Te dirigías hacia tu cuarto y yo esperaba sentada y arreglada a que tu hermana dejara a la niña en tu casa para darle las clases. No salías, no hablabas, no te veía durante el resto de la tarde. 

Juro que pude enamorarme de ti. Tan desgraciado eras.

Habían pasado ya suficiente para que me resignara a tu discreta indiferencia.
Yo llegué puntual como siempre. Al llegar Ariana, tú la llamaste y ella volvió a la sala a decirme que querías hablar conmigo. Me paré para ir a verte y ella me dijo no no, al final. Al terminar las dos horas de clase siempre me sentaba con Ariana a ver tus cuadros bizarros esperando a que la recogieran para así poder irme. Pero estaba ansiosa. No me había concentrado nada solo pensando en qué podría alguien como tú hablar con alguien como yo. 
Tú estabas ahí, siempre estabas ahí. De seguro era algo asociado a las clases. No mentiré. Me sentía fuera de contexto en aquella sala. 
Yo,
mi cartera de marca 
mis ojos secos.

Se fue y tú saliste. Me miraste descaradamente, sin pudor alguno. Y seguiste mirando, sonreí nerviosa. Pregunté qué pasa tratando de esconder mi mirada. Unos segundos luego, estabas más cerca de lo normal. Esa tarde me marché tarde, sonrojada, sofocada. Anduve todo el fin de semana perturbada por tu respiración en mi cuello.

A partir de las 6, me hablabas, nunca tu historia. Me hablabas de versos perdidos, de canciones demasiado viejas para mi edad. Hablabas, no sé si a mí, pero hablabas. Soñabas, hablabas del tiempo. Y yo que aún no sabía de él, comencé a preguntarme. Eran tardes eternas, llenas de misterio y tabaco de mala calidad.

Te gustaba el otoño pero no por lo de las hojas secas ni el color del fuego, no. Te gustaba por el sabor a ceniza, los días en blanco y negro, y ah! Te gustaba el viento.

Contigo siempre era otoño, casi, casi invierno. Llevabas siempre un pantalón holgado, la barba sin cortar y los ojos rotos. No tenías trabajo fijo, vivías de lo que podías o más bien de lo que se antojaba. Escuché por tu hermana que estudiabas diseño. Nunca te llegué a ver con un lápiz ni un papel. Llevabas lentes grandes, fuera de época, olías a humedad y humo. Nunca notaste mi perfume ni mis uñas de manicure. Creo que no te interesaba.


Yo te conté mi vida, te lloré mis ilusiones perdidas. Fuiste un cómplice, un testigo taciturno y mudo. Jamás comentaste, apenas te limitabas a mirarme de la manera en que nadie hasta ahora lo ha hecho. Yo hablaba porque me escuchabas, porque no me conocías, porque tu miseria me atraía silenciosamente.

Una noche después de muchas pláticas, te besé. Me correspondiste y tu beso llevaba tristeza, deseo, cenizas. Otoño. Nos besamos sobre tus sábanas gastadas. Esa fue la primera de muchas. Era yo la que siempre te buscaba la boca, la que te callaba mientras comparabas épocas literarias. Tú me besabas y me olías y tus manos paseaban. Desde entonces aprendía de tu desgracia poética y lo que significa que alguien te estudie. 

Juro que pude enamorarme de ti en aquella cama. 

No te cortaste el pelo ni te afeitaste. Seguías vistiendo el pantalón holgado y los polos caídos. Trataba de persuadirte para que compraras ropa decente. Pero tú eras miserablemente bello.

Creo que pudimos enamorarnos, 
no sé si tú, 
quizás yo.

Las últimas semanas te notaba perdido en tus pensamientos agrios y el cigarro. Ya casi no me mirabas y si lo hacías, eran ojos vacíos y ajenos. Ya no sabía qué hacía ahí. Fue el principio del fin. Intenté lucharte, hablarte, quererte. Pero no, ya no había caso, ya no estabas, no me veías.

Fueron horas de compulsiva desesperación por tratar de que me hablaras. Hasta que un día lo hiciste. Me pediste que me fuera. Te pregunté porqué y contestaste perdido y desgraciado que porque ya no me podías seguir viendo. No entendí y no pregunté más. Me quedé esperándote un momento queriendo que me detuvieras. Corría aire en la calle y pensaba en tu polo agujerado.

Entonces te fumé en un cigarro a tu nombre.
Te olvidé.



1 comentario:

  1. estos textos son como te decía una vez creo, de esos que se van de tema,en los que uno se deja volar por un rato,y se olvida de la mano que hace palabras,para sólo ser letras y dejarse ser,gracias por compartirlo con el mundo escritora,añoro en verdad que sigas por este camino,saludos y felicitaciones

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